Gloriosísimo príncipe San Rafael,
antorcha dulcísima de los palacios
eternos,
caudillo de los ejércitos del Todopoderoso,
emisario de la divinidad,
órgano de sus providencias,
ejecutor de sus ordenes,
secretario de sus arcanos,
recurso universal de todos los hijos de Adán,
amigo de tus devotos compañeros de
los caminantes, maestro de la virtud,
protector de la castidad,
socorro de los
afligidos,
médico de los enfermos,
auxilio de los perseguidos,
azote de los
demonios,
tesoro riquísimo de los caudales de Dios.
Tú eres ángel santo,
uno de
aquellos siete nobilísimos espíritus
que rodean al trono del altísimo.
Confiados en el grande amor
que has manifestado a los hombres,
te suplicamos
humildes nos defiendas de las asechanzas
y tentaciones del demonio,
en todos los
pasos y estaciones de nuestra vida,
que alejes de nosotros los peligros del alma
y cuerpo, poniendo freno a nuestras pasiones delincuentes
y a los enemigos que
nos tiranizan,
que derribes en todas partes y,
principalmente en el mundo
católico,
el cruel monstruo de las herejías
y la incredulidad que intenta
devorarnos.
Te pedimos también
con todo el fervor de nuestro espíritu,
hagas se dilate y
extienda más el Santo Evangelio,
con la práctica de la moral.
Que asistas al
romano pontífice
y a los demás pastores,
y concedas unidad en la verdad a las
autoridades
y magistrados cristianos.
Por último te suplicamos nos alcances del
trono de Dios
a Quién tan inmediato asistes,
el inestimable don de la gracia,
para que por medio de ella seamos un día
vuestros perpetuos compañeros en la
gloria.
Amén.
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